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XIV. - Las inundaciones Aun se conserva vivo el recuerdo del pánico aue en el barrio de Nueva Pompeya producían las inundaciones del famoso Riachuelo, que pasa como a unos 400 metros de distancia de la Iglesia. Su caudal en verano tan exíguo se cambiaba radicalmente en invierno, convirtiéndose en mar impetuoso que saltaba la valla y se precipitaba vertiginosamente por la extensa zona que se extendía desde los mataderos de Liniers pa- sando por el Bajo Flores, Nueva Pompeya, Valentín Alsina y Barracas hasta la boca de dicho río. De imperecedero recuerdo para todos los pompeyanos fué el día 24 de abril de 1911. De improviso se vieron cercados los vecinos por las aguas por todas partes, no quedando otro recurso que subirse a los te- chos de las casas para no perecer. En una hora habían alcanzado las aguas la altura de metro y medio sobre el nivel de la calle. “Era la noche del lunes, dice “El Pueblo”, diario católico de Bue- nos Aires. La inundación subía y subía, alcanzando proporciones formi- dables. Nueva Pompeya formaba un inmenso lago por cuyas calles dis- curría la corriente bulliciosa de las aguas, batiendo con estruendo pavo- roso las casas del vecindario”. “Miles de seres humanos prorrumpieron en ayes lastimeros y en gri- tos de socorro ante la inminencia del peligro, demandando socorro. A los gritos clamorosos, se mezclaba el estruendo detonante de los disparos lla- mando la atención y las pitadas de auxilio. Muchas familias empezaban a abandonar sus hogares buscando un lugar de refugio. ¿A donde ir? La vacilación de los espíritus conturbados en aquella hora suprema duró poco. El templo, el convento de los frailes capuchinos de Nueva Pompeya tenía abiertas de par en par sus puertas ofreciendo refugio seguro y amo- roso a todos los desgraciados. Un foco potente de luz servía de guía a los inundados, varios hermanos legos metidos en el agua ayudaban al salva- mento con la mayor solicitud.” “Durante toda la noche, en las horas más inquietas y pavorosas, en que habían cedido por falta de luz los trabajos de salvamento de la po- licía, los frailes continuaron su labor heróica, sin más medios que su vo- luntad ni otro aliciente que la caridad”. “Como siguiera el peligro en aumento, con la crecida continua de la inundación y la mayor violencia de la corriente, los Padres no se limita- ron ya solo a recibir desgraciados que demandaban refugio, sino que or- ganizaron un servicio de salvamento despreciando su vida. Empapados de agua y ateridos del frío de la noche, con el agua hasta la cintura unos y a caballo otros, auxiliaron a los vecinos y trasladaron nuevos huéspedes al convento, en donde eran atendidos convenientemente sin distinción de sexo ni edad, ni preguntar a nadie nada acerca de sus creencias. Así llegaron a albergar más de 200 personas”. “Al día siguiente se presentó, como lógica consecuencia, un nuevo problema a resolver: el problema del hambre”. “El martes amaneció nublado y amenazante. No se advertían esperan- zas de auxilio inmediato, ni un bote de socorro. Las aguas continuaban sin embargo subiendo y en los patios y el claustro del convento alcanzaban a la altura de un metro y en la esquina de la Calle Sáenz y Esquiú for- maban una verdadera represa.” 37
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