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X. - El Libro de las Súplicas Lo conocen perfectamente las devotas de la Virgen de Pompeya. En él vacían sus deseos, sus ruegos, sus anhelos, sus dolores, sus esperanzas. Esos libros son la vida, la historia del hombre y de la mujer, entreverada de consuelos y de penas, de risas y de lágrimas, de esperanzas y desalien- tos. ¡Con qué espontaneidad, con que naturalidad, con cuánta fe, con cuánta sencillez se expone en ellos a Dios y a la Virgencita los anhelos más íntimos, los sentimientos más delicados! Ora es un grito de angustia de quien se está ahogando y pide a gritos socorro, como este: “¡Ascenso! ¡Ascenso! R. R. T.”. Ora es un ruego ardiente, quizá mezclado de amenazas, que parece proferirse ce- rrando los puños y levantándolos en alto: “Dios: haced que Hortensia me quiera siempre. Pedro”. Ora es un gemido suave y delicadísimo de un alma exquisita, que se alarma y tiembla ante los peligros que amenazan a su virtud. “Quiero vivir para vos. Conservadme la pureza, oh Madre mía. Corina”. Ora es la súplica del compadre de pelo en pecho que pide a la Virgencita arrollar a su rival. Virgencita de Pompeva, que nació en el barrio turbio, como una flor del suburbio, que embellece el arrabal!... te llevo siempre conmigo en mi pecho de “compadre”, porque te colgó mi madre, “pa” defenderme del mal. Las vueltas, que me he jugado, “pa” no deiar de ser hombre, cuando evocaba tu nombre, al fallarme el corazón!... Y te “acordás”, Virgencita, la noche en que Pancho Almada “me fajó” una puñalada y le rompiste el facón?... Medallita de los pobres, Virgencita de Pompeya, que Dios ha puesto en mi huella, para aliviar mi dolor!... ¡Cuántas veces descansaste sobre aquel pecho auerido de una mujer, que no olvido, porque a tu “lao” palpitó!... Virgencita de Pompeya, que no “conocés” el centro, pero aue estás tan adentro en el alma nacional!... Te llevo siempre conmigo en mi vida de “compadre”, é porque “sos” como una madre, que me defiende del mal. ENRIQUE MARONI 30 —

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