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Mi pero dí desde aquí uno sola palabra y mi criado sanará». Jesús lo contempla embelesada. No había encontrado fe igual en su pueblo. Aquel gentil sabía mejor que los hi- jos degerenados de Abrahán el camino del Corazón de Dios. El centurión razona todavía su nueva petición, alegando que si él, siendo un jefe militar subalterno que tiene algunos soldados a sus Órdenes, puede sin mover- se hacerlos ir y venir fal imperio de su voluntad, mucho más podrá Jesús verificar sus órdenes a distancia, puesto que es soberano de sus dones. Así llega la oración al corazón de Dios. El convencimiento íntimo de nuestra miseria y del poder y voluntad [que Dios tiene para ali- viarla, expresados en la súplica, vence todas las dis- tancias aparentes y demuestra que Dios está muy cer- ca de los que sufren. Argumento Apologético Pero ¿no podía dar al leproso la limpieza y al cria- do del centurión la salud sin que lo solicitaran? Induda- mente. Cuando los orgullosos alegan esa razón para no orar, delátanse así mismos sin quererlo; quieren hacer arma de la sabiduría de Dios contra su bondad, porque se sienten humillados implorándola. Y no dan en la cuenta de que así como en el orden natural Dios pudiera producir inmediatamente los efectos que producen las causas segundas y no lo hace, sino que hace brillar el orden de la creación en la encadena- ción de las causas y efectos que admiramos, seguros de que a una cosa sucederá otra, de igual manera el orden moral brilla en esa intervención constante del hombre,

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