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805 creen eternos; pero cuando se trata de la persistencia real y efectiva de ese amor, saben que no pueden pro- meter más de lo que el corazón humano puede dar. Son como vasos llenos de agua que en virtud del Sacra- mento han de convertirse en vino sabroso que dure lo que dura la vida, que persista como el vínculo lega] y sagrado que los une. De manera que, cuando huma- namente ¡desaparezcan las razones de amarse, los azares de la vida pongan a prueba la firmeza de sus juramentos, y el mundo y todo conspire contra ese festín de amor, amenazando convertir sus postrimerías en tragedia y en desastre del hogar, prevalezca entonces lo divino injer- tado en sus almas por la virtud de la sangre de Jesucristo, que habrá puesto en su mutua unión algo que es sagra- do y santo y que no depende de los carnales atractivos. Así únicamente se explica la alegría de esas lar- gas vidas de convivencia entre dos seres que, cumpli- da su misión de procrear hijos para Dios y para la so- ciedad, cubiertos con la nieve de la ancianidad, mantie- nen en miembros corporales decrépitos, almas profun- damente enamoradas como el día del primer amor, ju- rado ante los altares. Sólo Dios puede dar esa persis- tencia admirable a los humanos afectos, de sí frágiles y quebradizos. Quien quiera, pues, prometerse vida conyugal fe- liz y apacible en medio de la adversa fortuna y de las humanas miserias, inseparables de la vida de la tierra, fie más de Jesucristo que de sí, injerte en sus amores humanos el divino y tendrá caudal superabundante pa- ra llevar el yugo hasta el fín alegremente, y aun podrá saborear en sus últimos días los más felices de su vida.
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