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== to no podía limitarse a sacar a los esposos del imprevis- to apuro en que se encontraron en lo mejor del convite, La insignificancia de aquella situación aflictiva y humi- llante para los interesados, no tiene proporción alguna con la soberana intervención de la Omnipotencia de Dios que invierte las leyes de la naturaleza. De manera que cuando vemos a Jesús acceder al ruego de su Madre, de bemos suponer desde luego que quiso realizar algo gran- de y de transcendental importancia, como es la santi- ficación de las Bodas y la elevación del manantial de la vida física de los humanos al orden sobrenatural, ha- ciendo de ella un sacramento. Así lo sienten los Padres de la Iglesia, y la sencilla observación del proceder de Jesucristo en ocasiónes parecidas lo confirma. Sin la maravillosa conversión del agua en vino, operada por Jesús en aquel festín, comenzado con tan felices auspicios, hubiera acabado en un disgusto y en una humillación para los esposos. Así sucedería siem- pre en el orden moral, único que interesaba substan- cialmente a la misión restauradora de Jesucristo. Es el amor natural como el buen vino, que beben en un mismo vaso de recíproco afecto el hombre y la mujer, al unir su vida por irrompible vínculo conyugal. Si ese amor inicial creciera proporcionalmente con el tiempo y los azares de la vida, y fuera capaz de domi- nar los perversos instintos del corazón y las seduccio- nes del mundo y del demonio, no habría más que pedir. El amor verdadero es ciego, para ver los efectos de la persona amada. No pesa ni mide los sacrificios que la convivencia exige. Está dispuesto a todo. Pero, ¿quién no sabe de los desmayos, de las debilidades y defeccio-

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