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> habia puesto en encontrarnos bajando desde el cielo a la tierra, dejando allá los ángeles, los arcángeles y los se- rafines por recoger entre espinas y abrojos la ovejuela perdida y para recogerla, meterse El entre las espinas y los abrojos de este mundo y morir clavado con hierros, coronado con un zarzal. ¡Que amor tan grande!.. ¿Ver- dad? Mucho nos quiere Jesus cuando con tantos trabajos y sufrimientos nos buscó. Pues bien: era preciso que al- guien pagase al Señor este empeño en buscarnos, bus- cándole con dolores y penas indecibles y ésta fué la Vir- gen Santísima. De Ella hemos de aprender nosotros a no descanear un minuto, a no dormir, si nos sentimos lejos de Dios. ¿Qué decir, por tanto, de esos niños que come- ten el primer pecado y el segundo y muchos y se van ale- jando de Dios y no lo sienten, duermen tranquilos, comen y juegan, como si no les importara un ardite quedarse sin Dios para siempre? Estos sentirán en el infierno la tre- menda amargura de perder a Dios sin remedio. Mucho cuidado por lo tanto en perder a Jesús. No an- deis por sitios donde El no os pueda acompañar, ni con com- pañeros o en diversiones en las que se le ofende, pues en- tonces El se va y os deja sólos en el camino de vuestra tra desgracia. Pero cuando querais encontrarle, después de perderlo, id al templo; allí está, no sale de allí, ni de día ni de noche. Pedid a la Virgen que os enseñe a bus- carlo como Ella hasta encontrarlo, y entonces dadle un abrazo y juradle eterna amistad.
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