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=D de Dios que suyo, y que llegaría un día, no sabía cual, pe- ro la laceptaba con toda fortaleza de antetemano, en el que Jesús, por la gloria de su Padre y para salvación de los hombres, la dejaría, definitivamente y se entregaría en manos de crueles verdugos, que le atormentarían y matarían. Dos cosas muy importantes habeis de aprender en este suceso: la primera, que si alguna vez os mandaran cosas que van contra lo que debéis a Dios, no debéis obe- decer a nadie. Antes es Dios que todos y que todo. Lo mismo, que cuando se trata de cumplir vuestros deberes religiosos, como ir a Misa el domingo o día festivo, nadie os lo puede impedir, antes bien, vosotros debéis recla- mar el tiempo necesario para ello. Ya veis lo que dijo Je- sús a su Santísima Madre. ¡Qué pecado tan grande come- ten los niños que por jugar, por andar en malas compa- ñías, o por pereza no cumplen sus deberes religiosos! Si Jesús deja la compañía de su adorada Madre con la que vivía tan contento y sacrifica el exquisito gusto de estar con la única persona del mundo capaz de compren- der el corazón de Jesús y de corresponderle, ¿cómo noso- tros no dejaremos todo cuanto nos estorba para acudir donde Dios y los deberes cristianos nos llaman? La otra cosa que debe fijar vuestra atención es el empeño que puso la Virgen en buscar a Jesús. ¡Las angus- tias terribles que pasó cuando no lohallaba! No descansó un momento, Ella no podía vivir sin Jesús. No comió, no bebió, no se sentó hasta que lo encontró en el templo. Quiso Dios mostrarnos en la Virgen el empeño que he- mos de poner en encontrarlo si alguna vez lo perdemos por el pecado. La Virgen lo perdió sin culpa suya; fué pa- ra Ella una prueba de Dios. Así sabría la Virgen apreciar nuestra terrible desgracia al perder a Dios y nos ayuda- ría a buscarlo. Nosotros sabíamos el empeño que Dios
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