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NS to de los naturales sentimientos que como hombre ha- bía consagrado a su querida Madre. Esta había sido aleccionada en líneas generales del porvenir de Jesús, pero Dios se reservó por el momento la iniciativa de darle a conocer su posición moral en la Obra redentora, de la que sólo sabía que sería para Ella costosa y extre- madamente dolorosa; pero su corazón maternal no ha- bía tenido sino ligeros atisbos de los desprendimientos angustiosos que para Ella representaba el dar al mundo la vida de su Jesús. En posesión de su tesoro y con la mirada fija en un porvenir incierto, María santísima sa- boreaba, como saborean las madres, la santa ilusión de la eterna infancia de sus hijos. Asi es que el inesperado día en que Jesús, adolescente ya, toma la iniciativa de su misión personal, la Virgen se siente como sumergi- da en un abismo obscuro, sufre el vértigo del vacio, re- cela de los hombres y de los demonios, que quizá han comenzado ya la inicua persecución de la Víctima. Por éso lo busca ansiosa. Ella tiene que vivir y morir junto a Jesús. Así templaba Dios el corazón de María para los días luctuosos del Calvario que llegarían a más andar, arrebatando a Jesús de los brazos de su Madre para rendir su vida ante las exigencias de la Jus- ticia eterna de su eterno Padre. Argumento moral. Cuando al tercer día la Virgen acertó a entrar en el santo templo, un rayo de luz celestial penetró en su alma acongojada. Allí estaba su Hijo, ejerciendo su ma-
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