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—É dad de su Persona Divina, y fija su posición respecto de las cosas de la tierra y de las personas santísimes con quienes había formado su hogar. Vedle desenten- derse aparentemente de los sentimientos filiales para con María, y llamar a Dios su PADRE, vindicando su origen sobrehumano y rindiendo solemne homenaje a la Virginidad de la Mujer que le dió el ser. Entra en el templo como en su propia casa y ensaya el magisterio soberano que ejercerá a los treinta años de su vida. Cuantos oyeron hablar al Adolescente con tanta autoridad, con tanto acierto y sublimidad de las cosas de Dios y contestar tan atinadamente a las preguntas que le dirigieron los doctores de Israel, quedaron pas- mados de su sabiduría y de su gracia y no sabían cómo explicar aquella precocidad sorprendente. Entre tanto fuera del sagrado recinto José, su padre putativo, y María su santa Madre, agítanse poseidos de la angus- tia más horrible; han perdido a Jesús y no saben dónde está. Cuantos por ellos fueron ansiosamente interroga- dos, daban la misma respuesta. No sabían dónde estaba el Hijo de la Virgen. Y en el alma de tan atribulada Madre queda marcada, como con fuego, esta agobian- te pregunta: ¿dónde está Jesús? Esta actitud extraña de Jesús para con su adorada Madre, que tan bien hace resaltar el santo Evangelista, aleccionado por la misma Virgen, no tenía más que una explicación; Jesús estaba en el Templo, como en su ca- su propia, le retenía allí el cumplimiento de la misión que había traido del cielo y todo cuanto se relacionara con ella ocupaba lugar preferente en su vida, aun respec-
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