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E pa gen por nosotros, y al mismo tiempo, la verdad de su Divinidad que daba valor infinito a cuanto por nosotros hacía el Hombre-Dios. He aquí por qué la divina Madre se nos aparece en el Evangelio velada graciosamente. Por un lado se manifiesta rebosante de maternales ter- nuras, aceptando las situaciones humillantes que Jesús le ofrece hasta disimular completamente su amada vir- ginidad, y por otro lado nimbada de luz sorprendente, identificada con el plan divino de la Redención, y ocu- pando decisivamente un puesto prominente en los mo- mentos trágicos del sacrificio. Uno de los momentos de obscuridad por que pasó la Virgen Santísima fué sin duda cuando Jesús a los doce años, sin previo aviso, se separó de Ella, deján- dole ignorar su paradero durante tres días y sufrir an- gustias mortales, como acabamos de leer en la página del Evangelio, inspirada indudablemente por María. Penetremos delicadamente esta obscuridad que en- cierra luminosas lecciones para la vida de todo cris- tiano. Argumento apologético. Doce años habían transcurrido desde que los ánge- les anunciaron alborozados el nacimiento del Salvador en Belén, y todavía el Hijo de Dios y de María no ha- bía hablado, en espera de entrar en acción. Cuando por vez primera fué al templo de Jerusalén a cumplir con el deber sagrado de honrar a Jehová da de sí la prime- ra manifestación que deja vislumbrar la augusta reali- 5
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