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ABE Los castigos del cielo se cernían sobre el mundo, comoe- sas nubes negras, plomizas que se forman en verano, car- gadas de rayos y de pedriscos. Llega la Virgen Santísima, levanta su Divino Hijo en alto, como se levantan los pa- rarrayos, y la ira de Dios descarga toda sobre Jesús, to- cando mucha parte a su Madre; pero los hombres quedan perdonados. Ya veis si debemos estar agradecidos a esta Santísima Madre, porque presentó al Niño en el Templo. Nosotros éramos todos, unos pobres desheredados del cielo, desde que el primer padre Adán perdió por su deso- bediencia el derecho a entrar allí. Nadie podía pagar el rescate de aquel pecado y recobrar la herencia perdida. Pero, en el momento señalado por Dios, llega la Virgen Santísima al templo santo y deposita a su pequeño niño en el platillo de la balanza de la Justicia eterna, y resulta que pesa más, mucho más que todos los pecados del mun- do. El Padre eterno acepta el precio del rescate, y todos nosotros, incorporados a jesús por el bautismo, quedamos hechos coherederos en la gloria que le pertenece por ser Hijo de Dios y que se conquistó además con su Pasión y con su muerte. ¿No os parece que la Virgen Santísima fué muy buena Madre nuestra, pagando con su adorado Hijo lo que nosotros debíamos?... Pues bién; el mejor modo de ser y parecer hermanos de Jesús, y a ley de agradecidos, los niños han de procu rar colocarse en manos de la Virgen Santísima, para que Ella los presente a Jesucristo, como cosa preciosa, com- prada con sus dolores y con los dolores de Ella misma. Los niños son de Dios por la creación; son de Dios por la redención; han nacido para Dios; a El tienen que lle- gar, so pena de perderse para siempre. ¿Qué medio, por lo tanto, más sencillo para juntarse con Dios que acudír a la Madre de Jesús, para que Ella los junte y los haga ami- gos y ellos sean buenos?...
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