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Explicación para los niños Acabáis de oír el hermoso diálogo entre la Virgen Santísima y el anciano Simeón sobre los destinos del Ni- ño Jesús. Era éste entonces muy pequeñito; no tenía más de cuarenta días, pero oía muy bien y entendía mejor lo que se decía de El; no hablaba, pero dirigía las lenguas de los que hablaban teniéndolo en brazos. Fijémonos ahora en el principal personaje que actúa en la escena evangélica. Es la Madre de Jesús que había ido al santo templo a presentar su Hijo ante el eterno Pa- dre y ofrecerlo por nuestro amor, como la única víctima aceptable. En aquel templo se inmolaban, hacía millares de años, corderos, cabritos, becerros y vacas, cuya san- gre corría en los sacrificios de la Ley mosáica, para a- placar la ira de Dios; pero todos aquellos ríos de sangre de animales, no podían lavar las manchas del pecado en las almas; eran alguna cosa porque figuraban otra sangre y otra vida de valor infinito, la sangre y la vida del Re- dentor Divino. Y allí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo sostenido en alto por los brazos de la Santísima Virgen, que en aquellos solemnes momentos es como un sacerdote que dice Misa y eleva al cielo la santa Hostia. Jesús niño quedó luego acostado de nuevo en el regazo purísimo de María como la Víctima sobre el ara santa del altar; y de las inmaculadas manos de la Vir- gen y de su regazo maternal, Dios lo recibe y lo acepta como compensación de su eterna Justicia. Estaba Dios muy enojado contra los hombres, porque no hacían sino multiplicar sus pecados y provocar terribles venganzas.

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