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== Era Jesús un niño pobre y, por el momento, des- conocido del mundo. Pero no podía Dios-Hombre pa- sar por la tierra así desapercibido. Le rodearía incesan- temente el amor entusiasta de los unos y el odio satá- nico de los otros; separaría definitivamente dos edades y dos pueblos y dos razas, la de los hijos de Dios y la de los demonios. Delante de Jesucristo nuestro Señor no cabe la indiferencia. Así lo dice la historia de veinte siglos. Lo mismo su Persona adorable que la prolonga- ción de la misma, la Iglesia por El fundada, encontrará a su paso adoradores rendidos en los hombres de bue- na voluntad, en las inteligencias serenas, en los cora- zones puros y blasfemadores irreductibles en los so- berbios, en los lujuriosos, en los poseídos de las codi- cias y de las concupiscencias abyectas, No podemos, por tanto, extrañarnos de que a no- sotros nos toque la salpicadura del lodo que el mundo arroja al pasar contra nuestro Divino Maestro. Somos sus discípulos y tendremos a gloria ser de su misma condición, y marcar con nuestras palabras y con nues- tra vida la división de lo que jamás puede juntarse, del bien y del mal. No es gloria de un cristiano que se le confunda en la vida privada o pública con los que no lo son. Esa ambigiiedad es signo de apostasía. Aceptemos nosotros con el recogimiento, y con la te de María Santísima la parte que nos toca en la Obra de la Redención, para que Jesucristo se gloríe un día de nosotros como de su Madre, como de sus amigos y discípulos a quienes en proporción a su santidad misma habrá tocado la espada de la contradicción.

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