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E 7 DO tierra, y asoció material y moralmente a la Obra de la Redención? No recelemos por tanto, el tributar a Maria nuestro amor y nuestra veneración y nuestro culto fer- viente y filial, antes que nosotros la besemos como a Madre, y la saludemos como a Reina, y acudamos a Ella como a seguro refugio, los augustos labios de Je- sucristo la besaron, no hartándose de llamarla Madre, y el arte soberano de la Inteligencia divina se complació en embellezerla, y su mano divina firmándose en el ma- terno regozo y fijado en la cruz, nos la señaló como medianera, no elegida por nosotros, sino predestinada y puesta por Dios mismo. Argumento moral. Pero sobre el divino Infante, levantado en alto ba- jo las bóvedas del templo de Jerusalén en brazos de María y recibido por la Justicia eterna como holocausto por los pecados del mundo, desciende una luz inopina- da. Un santo anciano sale al paso de María y de José que se retiran después de la ceremonia legal llevándo- se el tesoro de los siglos y tomando en sus trémulos brazos al Niño, lo adora reverente, míralo con mirada profética, y, al depositarlo otra vez en el regazo de la Madre, confirma con palabras de un realismo angustio- so para María cuanto Ella había meditado sobre el por- venir de Jesús. Por si las santas ilusiones maternales inspiradas en el instinto más fuerte que la voluntad, pu- dieran disimular en algo los presentimientos sobre el destino sangriento de aquel precioso niño, Simeón, ins- pirado por el cielo, habla a la Virgen y le dice que su

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