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E venir de este Niño y de esta Madre. La misión de la Virgen durante los treinta años de vida oculta de Jesy- cristo fué disimular convenientemente su divinidad, pa. ra que los designios de Dios pudieran verificarse a sy debido tiempo. Treinta años de vida íntima entre Jesús y María, protegidos por la sombra venerable del Santo Carpintero de Nazaret, asociarían convenientemente a la Madre al plan providencial, según el cual, Ella toma- ría parte activa en la Redención; ¿qué podía importar a la Virgen el desconocimiento de los hombres, gozando como gozaba de la intimidad de Dios y recibiendo a rau- dales comunicaciones, luces y confidencias, con los que Jesús se complacía en acariciar a su adorada Madre, mientras Ella lo achicaba y escondía de las miradas de los hombres? Jesús vivió tres años para el mundo, des- pués de haber vivido treinta para María Santísima, obra maestra de su sabiduría y de su amor y primogénita de la Redención. La Virgen dió a luz al Redentor y Ella misma fué quién lo ofrendó al Eterno Padre y de cuyas manos purísimas fué aceptado y trasladado al altar de la cruz, preparada por los hombres a quienes dedicó los tres postreros años de su vida. ¿Podrían olvidar los re- dimidos este augusto ministerio de la Virgen-Madre, ni separar jamás su culto del culto que rinden a Jesucris- to? ¿No podremos deducir del desarrollo mismo de los acontecimientos de la vida del Salvador, que quiso fijar poderosamente la atención de todos los siglos sobre su Madre para que jamás creyeran menoscabar el homena- je que como a Dios le tributan, envolviendo en ese amor y veneración la prodigiosa Criatura que le dió el ser hu- mano, y a quien dedicó lo mejor de su vida sobre la

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