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= sk tre el vulgo de las mujeres, legalmente manchadas des- pués de su alumbramiento, sino que piensa en la hu- millación suprema de su Hijo Divino, no sólo confundido entre ¡os pecadores, sino fiador por todos ellos y por lo mismo cargado con todas sus iniquidades. Hijo y Madre quedan realzados en su ingénita gran- deza, a prueba de todas las humillaciones, lo cual anti- cipa ya una lección que jamás debiéramos olvidar, a sa- ber, que no es lo mismo poseer dignidad y grandeza in- terior, ingénita a quien la tiene, que tenerla prestada y dependiente de la apreciación de los otros; éstos temen rebajarse en cuanto ven eclipsarse su fama y apagarse la voz de la lisonja o negado el mérito que creen tener; aquellos, dueños de su honor radicado en la conciencia y en realidades que están fuera del alcance de la lengua que lisonjea, o de las manos que aplauden, son superio- res a cuanto el mundo puede pensar o decir. Son gran- des y dignos ante Dios. Ved cómo desciende María de su alto pedestal sin recelo de quedar con las mujeres vulgares y de ver desconocida su milagrosa virginidad que Ella no cambiará ni aún por la Maternidad divina y entra en el templo sencillamente vestida y ocultando entre su pobreza la realeza del Hijo de sus entrañas y la pureza de su maternidad. Argumento apologético. Penetremos nosotros con nuestro pensamiento re- verentemente las sombras que así disimulan la gloria de Jesús y de María. El relato evangélico descorre un tan- to el velo y deja entrever un rayo de luz sobre el por-
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