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> 0 ciendo de una mujer, hija de Adán; pero protesta de que no es la Virgen tan bienaventurada por haberlo concebido, dándole a luz y amamantándolo a sus pe- chos, cuanto por haber estado siempre unida espiri- tualmente con El en el querer de su voluntad y en la unidad de sus pensamientos. No dominan a Jesús los vínculos de carne y sangre, sino que El eleva y san- tifica esos vínculos ordenándolos a lo sobrenatural y divino. Ved qué prodigios de santidad obró Dios en la es- cogida para dar la vida humana a su divino Hijo. La hizo inmaculada en su alma y prodigiosamente conser- vó la virginidad de su cuerpo purísimo. Jesús es el fru- to de la Virginidad, y al mismo tiempo la sublima hasta lo divino: todo cuanto Dios toca, aún abajándose a tra- tar con los mortales, queda santificado y sublimado por el contacto de Dios. Así podemos barruntar algo de la santidad de la Virgen María que vivió incorporada nue- ve meses al Hijo de Dios encarnado en sus entrañas; y cuando de ellas salió como aurora que da paso al sol, adquiriendo resplandores admirables, la Virgen no hizo sino seguir el orden de la Providencia, dando paso a Jesús para que todos nosotros pudiéramos tenerlo y par- ticipar de sus gracias. Por esto San Pablo pudo decir que todo cristiano ha de vivir de Cristo, ha de saber a Cristo, ha de trans- parentarlo en sus miembros físicos y en los últimos repliegues de su alma. La plenitud de la Encarnación se verifica cuando cada uno se incorpora a la vida di- vina que Jesús trajo a la tierra.

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