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A sona de Jesús dió El mismo, el del Sto. Precursor y el de los Sagrados Libros, donde Dios adelantó al mundo la historia de su Hijo hecho hombre por la salvación de los hombres. El Evangelio de la Misa de este cuarto domingo, inmediato a la fiesta de Natividad entra de lleno a particularizar la fecha que en los anales del mun- do romano señala la predicación de Juan Bautista, y el contenido fundamental de esa predicación que respon- día a los fines totalmente espirituales de la misión de Jesucristo. Así, aquella voz, que resonaba en el desierto, tendrá un eco sempiterno, pues responderá siempre a las necesidades de las almas que han de recibir perso- nalmente la visita del Hijo de Dios e incorporarse a su Divina Persona. Entremos un momento en la consideración de es- tos hechos que encierran sublimes enseñanzas. Admiremos, desde luego, la traza de la Divina Pro- videncia que quiso encerrar en el marco de una histo- ria humana, efímera y deleznable, un hecho de reper- cusión eterna, la incorporación del Verbo de Dios a la humanidad. Hay realmente en la historia de los hom- bres una página donde se demuestra que Dios se hizo hombre; calculad los prodigios de amor, de benevolen- cia, de anonadamiento que este hecho representa en la naturaleza divina. Ya no es el Creador que evoca de la nada las cosas y las coloca en el puesto que les corres- ponde; es Dios mismo quien se alínea entre las cosas que salieron de sus manos para santificarlas y llevarlas a un orden sobrenatnral. Entra Jesucristo en los fastos de la historia del mundo, pero sin estar contenido por sus estrechos límites; emparenta cori los hombres na-

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