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e el pueblo para sostenerse ante la autoridad del rey He- rodes, idumeo, extranjero, que habían recibido de sus dominadores, para sentarlo en el trono de David. Des- de aquel momento el partido gobernante, no participó de los entusiasmos populares por Juan Bautista; no res- pondía a sus ideas; así fué posible que el rey intruso y adúltero encarcelara a Juan y acallara la austera pala- bra, que reprendía sus desórdenes, cortándole la cabeza, Pero el testimonio del Precursor no perdió con ello una tilde de su peso y desu autoridad, antes ganó en valor moral por la incorruptibilidad de aquella alma mártir que dijo la verdad a los poderosos, y confesó pú- blica, solemne y oficialmente la realeza de Jesucristo delante del cual había sido enviado con la virtud y el poder de Elías, para que preparase al Señor los cora- zones de los leales servidores y del pueblo verdadero de las promesas. Agradezcamos nosotros este testimonio del primer mártir de Jesús, y el más santo entre los nacidos, se- gún testimonio del Maestro Divino. Temamos los jui- cios de Dios que deja en su obcecación a los hipócritas que no buscan sinceramente la verdad, y jamás nos acerquemos a preguntar lo que no queremos saber pa- ra practicarlo, pues se explicará nuestra responsabili- dad y seremos doblemente inexcusables ante el juicio de Dios.
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