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Sa BE santo y encuéntrase con una página de Isaías que habla de El; dícelo claramente a cuantos le escuchan, y no hay quien se atreva a replicarle; El es de quien habla el Profeta. ¿Quién sino Dios puede ostentar un argu- mento de su autoridad que preceda ¡en muchos siglos a la existencia que podemos nosotros apreciar sobre la tierra? Jesucristo vivió antes de nacer en Belén; Jesu- cristo vivió treinta y tres años, después de su nacimien- to de María Virgen; Jesucristo sobrevivió y sobrevive todavía, después de la muerte temporal que sufrió por el mundo. Nosotros somos testigos de esta realísima supervivencia. Los judíos en sus libros santos guardaron y guardan las pruebas irrecusables de la preexistencia de Jesús. Nadie puede razonablemente desconocerlo. Cuando Jesús nació, todo el mundo lo esperaba; era el Dios con los hombres, el Hijo de una Virgen, el des- cendiente de David, el restaurador de su trono que se- ría eterno; el Rey del pueblo de Dios que ocuparía to- das las fronteras de los reinos de la tierra; era el Mesías, el prometido, el anunciado. Los pueblos del Oriente y los pueblos del Occidente miraban con ansiedad a Judea: de allí saldría el caudillo de Israel, el salvador del mun- do. Después que Jesús pasó por la tierra adoctrinando a las gentes y anunciándoles la Buena Nueva de la gra- cia y la Redención, ya nadie espera otro Redentor; toda la historia mira hacia la fecha pasada de la Redención; el mundo cuenta sus fastos desde Jesucristo, como an- tes los contaba hasta su llegada. Jesús fué precedido y figurado en todos los altares, en todos los sacrificios; después de El no hay más sacrificios, ni mas altares que el suyo, donde El mismo es la Víctima perenne por los
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