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Ie ¡Ah si los niños preguntaran siempre lo que deben y como deben y a quien deben no recibirían tantas respues- tas engañosas, ni serían embaucados por falsos amigos, ni por malos libros, ni por otros muchachos advenedizos con quienes mantienen quizá conversaciones de curiosidad mal-sana!!! A lo mejor oyen los niños una cosa que les llama la atención, les choca; y en vez de preguntarla a sus padres, a su maestro, al sacerdote o a una persona de reconocida autoridad y bondad, andan preguntando, a es- condidas a los amiguitos; buscan algun libro que explique aquello, indáganlo con rodeos de otros niños mas travie- sos, y así nunca llegan a saber lo que les conviene, sino lo que no les conviene, lo que quizá es malo y un disparate. Otros quieren ir al cine para aprender lo que no saben: otros se callan, y por no parecer ignorantes discurren so- los la respuesta y se llenan la cabeza de grandes errores. Todo éso es malo: esos niños no saben preguntar, son or- gullosos, y nunca sabrán la verdad de las cosas, En cambio, los niños buenos, como los discípulos de San Juan, saben buscar a quien preguntar; preguntan sen- cillamente, se conforman con la respuesta, no se echan a discurrir si su padre, su madre, el maestro o el sacerdote les habrá engañado; sino que les creen, y así van sabien- do las cosas de fuente segura y llegan a ser verdaderos sabios. Si leen libros, son los buenos, tales como los evan- gelios, la Historia de la Iglesia, las vidas de los santos y las de héroes de la patria, los libros propios de lo que cursan en la escuela y en el colegio. En ellos aprenden cómo los hombres y las mujeres han hecho grandes cosas, y se animan a imitarles y después son como ellos buenos, fuertes, y virtuosos. Preguntad pues, siempre; éso es propio del que no sa- be; pero preguntad a quien sabe y quiere deciros la verdad; y, una vez sabida, haced lo que os dicen y seréis buenos. 3

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