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Sa así andaba por las riberas del Jordán predicando el pró- ximo advenimiento del Reino de Dios, la llegada del pro- metido Mesías. El Mesías era el gran Profeta, Maestro y Salvador anunciado por los libros santos; se llamaría Cris» to, y todos lo esperaban ya con impaciencia. Se figuraron por tanto los buenos discípulos del Bautista que éste era y no otro el esperado Salvador; y para sacarlos del error determinó enviar una comisión de ellos a preguntar al mismo Jesús: «si era El a quien todos esperaban o si to- davía tendrían que esperar a algún otro». ¿Qué tal os parece la pregunta? ¿es clara y terminan- te y está dirigida a quien puede responderla bien?.. Pues al mismo talle fué la admirable respuesta de Jesús. Cuan- do llegaron los discípulos de Juan, estaba el Señor rodea- do de pobres, de tullidos, de cojos, de mancos, de sordos y de ciegos; todos ansiosos de recibir el beneficio de la salud. Entonces Jesús comienza a dar a los sordos oído, vista a los ciegos, movimiento a los tullidos y consuelo a todos; enseguida atiende la pregunta que le hacen y res- ponde: ld, contad a Juan lo que habéis visto y oído; decidle los milagros que yo hago y muy especialmente que me dedico a instruir”y a evangelizar a los pobres; y que es bienaventurado el que no se escandaliza de mis obras. Pero dirá, algún niño; ¿porqué no les responde a lo que le preguntan?.. A lo cual no hay más que replicar, pe- ro... si las obras de Jesús respondían perfectamente a lo que se deseaba saber!!! Estaba anunciado en los libros santos, que leían con mucha atención todos los judios, que el Mesías daría esas pruebas de su persona, cuando lle- gase. Jesús las daba, luego era el Mesías; que era lo que se necesitaba saber. No tenían, por tanto, que discu- rrir más; aunque el Bautista fuese tan santo como era, no debía ser tenido por el Cristo, Jesús era el Salvador, ya El había que seguir y creer.
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