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ON Argumento Apologético. Los milagros que demostraron a los incrédulos la divinidad de Jesucristo no fueron continuos, ni habían de durar más que un tiempo limitado y siempre al arbi- trio de los designios de Dios, que es quien los produce en el tiempo y modo que le place y son precisos para su divina gloria. Pero la evangelización del mundo de los pobres, de los desvalidos, de los sencillos, de los que el mundo tiene por escoria y son desdeñados por las escuelas de los filósofos y de los sabios, como in- dignos de recibir las luces de la humana sabiduría, ésa duraría siempre. La predicación amable, desinteresada, de la doctrina de la salvación, la más importante de to- das y que pertenece al pobre como-al rico; la doctrina sobre Dios y sobre los destinos del hombre y sobre el valor de las cosas de la tierra, sería el don que sólo Jesucristo, el enviado del Padre, haría al mundo. ¿Quién sino Jesús podía ofrecer el don de tal doc- trina y de tan alta sabiduría a los pobres, a esa porción la más numerosa de la humanidad y la más necesitada de luz y de gracia? ¿Cual fué en la antigiiedad pagana la escuela que prodigó doctrinas elevadoras de la pe- queñez del pobre, revelándole el sublime misterio de su miserable vida? Antes de Jesucristo como después de El hallaréis hombres interesados en seducir al pue- blo, en soliviantarlo, en afiliarlo a ciertas doctrinas par- tidistas, para hacerlo servir a fines de ambición o de reivindicaciones revolucionarias. Se ha predicado y se predica al pobre, al hombre de trabajo, sus derechos a
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