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Aclaración literal del texto. Vimos el domingo primero del santo tiempo de Ad- viento el anuncio preciso que la Iglesia nos hace de la segunda venida de Jesucristo al mundo, predicha por El mismo ante los inicuos jueces que lo condenaron a muerte, como una comprobación definitiva de su divi- nidad y del error que se cometía desconociéndole. Será el día del juicio final el momento de las su- premas revelaciones; no porque en aquel día Jesucristo haya de decirnos más de su persona y de su misión sal- vadora que lo que nos dijo durante su paso por la tier- ra, sino porque la gloria de su manifestación disipará totalmente las nubes con que la malicia del hombre ha- brá querido en el transcurso de los tiempos, encubrir su rebeldía; todos sabrán que no fué la humildad y la bon- dad y la condescendencia y el amor lo que empeque- ñeció al Hijo del Altísimo, para adaptarse a nuestra mi- seria, ni lo que estorbó el reconocimiento leal y sin- cero de ciertos hombres, sino su propia malicia y su hi- pocresía. He aquí lo que será la revelación sorprenden- te, de la segunda venida al mundo de Jesucristo nues- tro Señor. Y ésta es la razón porque la Iglesia en los domingos de preparación para las fiestas de la Nativi- dad insiste en poner a nuestra vista la solemnidad del momento en que Jesús apareció en el mundo para sal- varlo, rodeado de todos aquellos signos y garantías de verdad que podían apetecerse por quienes sinceramen- te desearan hallar al Mesías prometido, anunciado y prefigurado en los libros santos y en las tradiciones y

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