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— 261 — camino de las cumbres, de arriba, del cielo. En el tendre- mos no unas tiendas de campaña, como quien se instala para pocos días, sino magníficos e indestructibles palacios reales con nuestra habitación, que cada uno se la tiene que merecer. ¿Os parece bien?.. Si... pero a los grandes premios no se llega sino por grandes trabajos, como a las alturas, sin escalera y sin esfuerzo; por ésto Jesús al irse para arriba nos previno que convenía que El entrase en el cielo, ganado por muchas tribulaciones y dolores. Eso que el cielo era suyo porque era Dios; pero no quiso en- trar sino por la puerta que deberíamos pasar nosotros, para que no nos quedáramos afuera. No será coronado sino quien bien peleare debidamente por su alma y por su Dios. Sería una pretensión indigna de un niño noble y ge- neroso, querer que le diesen el cielo de valde, sin mere- cerlo, habiendo Jesús padecido tanto para conquistarlo. Siguiéndole hacia arriba, no solamente salvaremos el alma, que naturalmente como espíritu que es, desea vivir en las alturas, sino también el cuerpo, que si se le deja a su antojo se arrastra por el suelo y se queda pegado a él miserablemente. Nuestro cuerpo mortificado y purifica- do aquí, quedará transformado por la gloria. Si os pre- guntase yo: el agua del mar ¿cómo es, dulce o amarga?: me responderíais todos: El agua del mar es muy amarga y salada, Y... el agua de lluvia? Esa agua es muy dulce y buena. Perfectamente; pero ¿de dónde sacan las nubes el agua que derraman sobre la tierra y que, según decis, es tan sabrosa? Pues... del mar. Y ¿cómo, siendo del mar la llu- via, no es salada ni amarga? Ante esta pregunta muchos niños se quedarían con la boca abierta. Pues bien, yO OS digo: el agua del mar pierde su mal sabor con sólo subir- se al cielo: quita la sed, fecunda las huertas; si se riega la tierra con agua del mar se mueren las plantas, pero si
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