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— 263 — y a un tiempo su señor, que si de él recibió su sangre real por María de Nazaret, dió la eternidad al trono de su padre y fundó un Reino que no tendrá fin. Por lo mismo Jesús no se llamó ni se llama un Hijo de Dios, nombre propio de los que somos por adopción y forma- mos parte integral de ese cuerpo místico que Jesús se llamó y es el Hijo de Dios. Dios, como el Padre y el Espíritu Santo. Dios y hombre verdadero; Afirmación sublime que es la clave del Cristianismo y explica su pasado y €es garantía firme de su porvenir; símbolo en fin sacrosanto de la reconciliación definitiva de los hom- bres con Dios, puesto que están unidos por naturoleza y por gracia a su Unigénito. Y para que sensiblemente apreciáramos el destino de los redimidos, subióse al cielo en cuerpo y alma; glorificó todo nuestro ser hi- postáticamente unido a su Persona Divina. Nos había predicado la mortificación voluntaria de la carne; ha- bianos anunciado que encontraríamos crucificadores sanguinarios que se figurarían hacer servicio a Dios matándonos; pero nos había advertido que no temiéra- mos a los que sólo pueden ensañarse con el cuerpo, ins- trumento de la santificación del alma y materia consa- grada para la inmolación. Ahora, glorificando su carne benditísima, Jesús nos da el precio de aquellas mortifi- caciones y de aquellas muertes, y ordena los valores morales y arraiga en sus discípulos el concepto de su ingénita dignidad. De ese germen brotará la nueva so- ciedad y los valores sociales de hermanos, según el es- píritu y la efusión de la caridad en El y por El.
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