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¡Rai AC — 262 — Argumento apologético Apenas se repusieron del pasmo, entre gozosos y angustiosos, los discípulos determinaron volver a Jeru- selén y recogerse en el Cenáculo en espera del Para. cleto Consolador que les había de enviar Jesús. Pode- mos imaginar las conversaciones íntimas y la santa emo- ción que acompañaría sus oraciones. Se agruparían, co- mo niños huérfanos de padre, en derredor de la excelsa Madre de su Maestro, única depositaria de los secretos de su santísimo Hijo. Era preciso aguardar, y en el mo- mento elegido por Dios, robustecidos con su Espíritu, arrostrar todar las iras de la calle y lanzarse a la pro- pagación de la Nueva Ley de gracia, y saber morir co- mo el Maestro. Estaban llamados a una aventura tras- cendental; metidos ya en ella, no eran dueños de su des- tino. Jesús era el inspirador y Señor. Tal era el estado de ánimo de los primeros discípulos, de contornos to- davía imprecisos. Se presentaba ante su asombrada vis- ta un mundo nuevo que se apoyaría en su palabra para creer en el Evangelio. Jesús era más que un Hijo del hombre. Comotal hubiera podido practicar virtudes ejemplarizadoras y conquistar algunos admiradores; pudiera haber enseña- do alguna doctrina que elevase un tanto las ideas de sus discípulos; pero era más, estaba demostrado. Era El Hijo del hombre, es decir, el hombre nuevo crea- do según justicia y verdad»; era el segundo Adán, tipo y generador de la humanidad redimida cuya vida sobre la tierra había sido la gestación laboriosa de una gene- ración santa, vigorosa e inmortal; era el hijo de David

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