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yo criminal, merced a lo cual quedan tantos delitos impu- nes. Fiados de ello, muchos se atreven a desafiar la Justicia Divina, alardeando de que «pecaron y ningún mal les sucede». En aquel día pues, Dios responderá al reto infame de los rebeldes y a la injusticia que se hace a los buenos y pronunciará la última palabra, saliendo por los fueros de la paciencia infinita que pudo sopor- tar tanta arrogancia y tantas opresiones. Quedará ple- namente justificada su Divina Providencia, tantas ve- ces murmurada y blasfemada por la menguada razón de los mortales. La mirada escrutadora de Dios penetra- rá las conciencias inundándolas de luz que las dejará al descubierto delante de todos los pueblos; ¡qué de abo- minaciones han de presenciar las atónitas miradas de las gentes en el interior de esos templos tantas veces profanados e hipócritamente velados! Y aquel será el momento de la segunda y gloriosí- sima aparición del Hijo del Hombre sobre las nubes, rodeado de brillante corte angélica: entonces verán a Jesucristo y lo reconocerán, mal que les pese, por Rey inmortal de los siglos, cuantos no quisieron conocerlo en la pequeñez y humildad de su primera venida, y los que, ciegos ante la luz del Evangelio, lo desdeñaron en pleno Cristianismo, y no tuvieron cuenta con sus amo- res, ni con sus enseñanzas, ni con su Redención copio- sa. Estará en sus manos la Cruz redentora como cetro de suprema dominación, para juzgar a quienes le pusie- ron con ignominia en ella. El mundo se tuvo a menos de adorarlo, creyéndolo fracasado, y entonces verán la au- gusta realidad de las palabras que pronunció ante Cai-
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