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> de Hijos de Dios»; desde ese momento ya no somos en la casa de Dios huéspedes o advenedizos, sino domés- ticos y ciudadanos de la ciudad cuya piedra angular es Jesucristo». Unidos a El por el bautismo y la gracia del Espíritu Santo somos una sola cosa y nuestras oracio- nes oración suya, y sus títulos son nuestros por adop- ción, y somos coherederos de su gloria; regalada afir- mación que Jesús mismo nos ofrece, cuando dice: «Yo me voy a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y vues- tro Dios,» instándonos a que pidamos confiadamente cuanto necesitamos en su nombre, seguros de conse- guirlo. Y poco después reafirma lo mismo en una apa- rente rectificación de esa promesa. «Y no os digo que yo intercederé por vosotros, sino más aun el mismo Pa- dre os oirá y porque os ama, y os ama, porque ,voso- tros me amáis y estáis incorporados conmigo por la fe y por la gracia y por la adopción de hijos que en mi amor tiene su fundamento, y en el Espíritu Santo, su expresión, comunicada y hecha sensible en vuestras al- mas. Jesús es el «Hijo muy amado en el que el Padre tiene todas sus complacencias; escuchémosle, obedez- camos sus insinuaciones, oremos con El y seremos oídos por su reverencia, pues «todo lo ha puesto el Padre en sus manos», para que lo reparta y nos enriquézca con sus dones. Es, pues, evidente que: nuestra unión: con Jesucristo en el momento de la oración es la garantía de su eficacia y cuanto más identificados con él, más espléndido será el éxito de nuestros ruegos. «Nuestro gozo será cumplido. »

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