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— 251— manifestándole los afectos del alma tal cual están con- tenidos en la Oración modelo, enseñada por el mismo Jesús: «el Padre nuestro». Las páginas evangélicas nos muestran las maravillas obradas por Jesús ante el re- querimiento de una oración bien hecha. El leproso le di- ce: «Señor, si queréis, podéis limpiarme».. Y Jesús res- ponde como el eco: «Sí quiero, queda limpio» y se pro- duce el milagro. Un pobre ciego, sentado a la vera del camino, clama: «Señor yo quisiera ver», y al punto sien- te sobre sus ojos el suave contacto de la Omnipotencia enternecida, y oye que le dice Jesús: «Ve» y el ciego ve, El amigo íntimo del Salvador, Lázaro, ha muerto; llega Jesús a Betania después de cuatro días del sepe- lio; Marta y María le salen al encuentro y una tras otra le dicen llorando: «Si hubierais estado aquí, nuestro hermano no hubiera muerto. Era un acto amoroso de fe en la divinidad del Amigo del alma. Jesús se conmueve ante aquella expresión confiada y sencilla, se encamina al sepulcro que ya hiede y llama por su nombre al muer- to, entregándolo vivo y sano al hogar querido. Está Je- sús sentado junto al pozo de Sicar a donde acude la Sa- maritana por agua, entáblase conversación entre aque- llos dos seres al parecer antagónicos e irreductibles a la mutua compresión por el género de vida de aquella mujer, por su raza que la hacía aborrecida a los judios y sobre todo por el abismo que la separaba del persona- je misterioso con quien conversa. Pero llega a un pun- to en que la palabra de Jesús le llega al alma y se atre- ve a decirle: «Señor, dadme de esa agua cuya fuente perenne sois Vos mismo, para que no tenga yo sed ja- más<«, y al punto Jesús se hace su Maestro y la adoc»
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