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E bros de Jesucristo por el bautismo, que borra el pecado original, somos ungidos con el óleo santo y se nos infunde el Espíritu Santo: luego de mayorcitos, recibimos el sacra- mento de la Confirmación con la unción del santo Crisma en el momento que el Espíritu Santo desciende y nos se- ñala como soldados de Jesucristo y nos prepara para re- sistir la lucha del mundo, demonio y carne, enemigos del alma. Aquellos que son llamados por Dios para consagrar- sea El en el sacerdocio, convenientemente preparados con los estudios y la virtud, reciben el sacramento del Or- den, cuando el Obispo, imponiéndoles las manos, invoca sobre ellos al Espíritu Santo y unge sus frentes y sus ma- nos con el óleo consagrado. Cuando llegue la Pascua de Pentecostés veremos la prodigiosa transformación que se obró en los apóstoles en el momento solemne de des- cender sobre ellos el Espíritu prometido por Jesucristo; pero desde luego podemos calcular las maravillas que obra en todos los bautizados sabiendo que el Espíritu Santo es el fruto divino del amor infinito que se tienen el Padre y el Hijo. Así es que cuando se infunde en el alma la hace partici- pante de ese mismo amor, que como un fuego consume en ellas lo malo y las une con Dios, y les da el sabor de las cosas divinas. Muy poquita cosa somos nosotros solos, pe- ro unidos a Dios, lo podemos todo como lo han podido cuantos han sido confortados con su gracia soberana; nos transforma e imprime un carácter imborrable. Todos los otros cuatro Sacramentos pueden recibirse muchas veces; la SSma. Eucaristía, cuanto más y mejor; la Penitencia siempre que el alma se sienta manchada y, arrepentida, busque el perdón; la Extrema Unción cuantas veces es- temos enfermos con peligro de muerte; y el Matrimonio cuando, quedando viudo uno de los conyujes, quiera de nuevo casarse y reconstruir su hogar. Pero los Stos. Sa- cramentos del Bautismo, Confirmación y Orden sacerdo-

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