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AR Hijo Soberano. La Iglesia militante recibe la unidad del único Jefe espiritual, elegido bajo la influencia del Es- piritu Santo, y dotado por El mismo de la infalibidad. El puso y pone a los Obispos para regir y gobernar la Iglesia. El inspiraba a los superiores y a los inferiores el santo temor para huír del pecado; la piedad filial pa- ra sentir la ofensa de Dios y el anhelo de agradarle: la ciencia sagrada para desentrañar las intimidades de la santa doctrina: la fuerza para ponerla por obra vencien- do la resistencia de las pasiones: el consejo que deter- mina la voluntad en los momentos de duda y vacilación: la inteligencia para entender la palabra de Dios y la sa- biduría para internarse en su vida divina en las comu- nicaciones de la oración. Cuando veamos esos dones repartidos entre los hijos de la Iglesia y a veces acu- mulados en los mejores seguidores de Cristo, hemos de levantar la mirada a su divino manantial que es el Es- píritu enviado por el Redentor y así no nos sorprende- rán los frutos superabundantes y sazonados que cada día producen; las efusiones de la caridad, los transpor- tes de santa alegría, el sosiego y la paz de las almas, la invicta paciencia en las tribulaciones que nos prue- ban, la longanimidad y soberana distinción de las almas próceres del cristianismo, la bondad y la benignidad y la mansedumbre en las relaciones sociales que producen la única verdadera sensación de fraternidad, la conti- nencia y la castidad que nos espiritualizan y hacen de hombres, ángeles, y del matrimonio santo, el repobla- dor del cielo. Tal es el éxito sorprendente de la Reden- ción, fecundada por la gracia del Espíritu enviado por Jesús, como en el principio de la Creación fueron sur-

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