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jr sintegran, se transforman, pero no se destruyen; tien- den a sus desgastes y disminución energética pero subs- tancialmente, ni aumentan, ni disminuyen. Por eso, toda la tradición de los SS. Padres sostie- ne que el mundo no será aniquilado, sino transformado, pasando por el fuego de cien cataclismos, sobriamente esbozados por la Palabra divina, expresión de la Sabi- duria de Dios. El sólo sabe y cuenta las evoluciones de los mundos y el alcance de las leyes que les dió. Sobrevendrá entonces un cielo nuevo y nueva tier- ra y el mundo entrará en fase gloriosa, purificado de las manchas, con que los pecados de los hombres lo ha- brán afeado, haciéndole violencia para que les sirviese de instrumento para ofender al Creador. Así que este tremendo eclipse de la luz y este movimiento vertigi- noso y aparentemente desorbitado de los planetas será, en la Sabiduria Divina, una fase perfectamente prevista y querida que marcará el fin de los tiempos; y no habrá sabio alguno tan infatuado que suponga fallidos los pla- nes del Creador, porque transcienden los cálculos de la menguada inteligencia del hombrecillo que los estudia y descubre. Argumento moral. La catástrofe final habrá demostrado la pequeñez ridícula de las inteligencias ensoberbecidas por innega- bles adelantos científicos; la liquidación de cuentas en- tre Dios y los hombres, dará lugar a la Justicia sobera- na, para demostrar la firmeza del orden moral y la ma- o
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