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— 231— dose éste y dejándolos abandonados en su reconocida impotencia ante tamaña empresa. Por ésto, al oir que «pronto ya no le verían», se turbaban; y al oir de nue- vo, que pasado un poco de tiempo volverían a verle, se confundían; no sabían qué pensar del enigmático len- guaje de Jesús. Cuando después de muerto lo vieron resucitado y triunfante de la muerte, entenderían bien la explicación que les había anticipado, y durante los cuarenta días que aun moró entre ellos, apareciéndose- les a tiempo para consolarlos y animarlos para la mi- sión que les confiaba, y ocultándoseles luego para pro- bar la confianza que quería inspirarles y para depurar sus afectos demasiado terrenos, les enseñó que no era la mayor bienaventuranza verlo con los ojos materiales y tocarlo y apoyarse en El sensiblemente, sino fiar de su palabra, obedecerla y cumplirla, como ya otra vez habiálo indicado, refiriéndose a la santidad sublime e interior de su santísima Madre. Así debería ser de puro y santo el amor que le habrían de tener, para lo cual conveníales que se ausentara corporalmente, y que su fe sufriera el contraste de la ausencia y del tiempo, co- mo la de todos los que le seguirían, sin haberlo visto ni tocado. Argumento Apologético Una sencilla ojeada sobre la historia de la Iglesia nos demuestra que en todos los tiempos han sufrido los seguidores de Jesucristo estas alternativas de luz y de sombras, de gozo por la paz que con su presencia co- munica y de tristeza y zozobra que, sus aparentes au-
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