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A rra are co o E tro los signos para distinguir a los buenos pastores de los mercenarios e intrusos. Tratándose de la vida del alma es preciso apacentarla con alimentos del cielo pa- ra el que ha sido creada; alimentos que han de ser dis- cernidos por pastores espirituales, llamados al oficio por Dios, fuente de la verdad y del bien, asimilables a a nuestra vida inmortal. Sólo en nombre del Creador puede enseñarse el destino de la criatura y el camino que a él conduce. Así es que los llamados a responder de la vida de las almas, sacerdotes, padres de familia, maestros e, indirectamente, los conductores de pueblos, tienen en el Buen Pastor su modelo y la norma de su conducta. En cuanto se desentienden de El, o enseñan lo que de El aparta a sus encomendados, son traidores a su oficio, indignos mercenarios a quienes se pedirá es- trecha cuenta de la muerte espiritual de las almas que por su culpa se extraviaron y perdieron. Han de saber suministrarles doctrina sana, recogida de labios de la maestra infalible de la verdad, que es la Iglesia. Por cumplir tan santo ministerio han de estar dis- puestos al sacrificio y a la muerte; han de ser condes- cendientes con las debilidades de sus encomendados, pe- ro no hasta el extremo de hacerse cómplices de sus capri- chos y pasiones; inspirarles confianza de manera queal oir su voz entiendan oir la de Dios y como a Dios y por su amor y respeto les atiendan y les sigan. Pensad aho- ra qué sería del mundo cristiano, si cuantos en alguna forma tienen responsabilidad de la vida de las almas si- guieran las prescripciones del Divino Pastor Jesús que dió la vida por sus ovejas. ¿No serán mercenarios y co- bardes interesados tantos empeñados en ser superiores

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