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— 221— En este domingo, como acabais de oir, se nos pro- pone el título dulcísimo que Jesús se dió a Sí mismo llamándose el Buen Pastor, y señalando los títulos que para ello tiene. No puede darse en verdad, nombre que mejor responda a la realidad de los acontecimientos, ni más al vivo demuestre el amor que nos tiene quien así se llamó, dando la vida por nosotros. Después del luc- tuoso acontecimiento el argumento es de una sencillez suprema y de una fuerza avasalladora. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas; Yo la he dado por vosotros; luego Yo soy vuestro Buen Pastor. ¿Quién será capaz de desvirtuar la rigurosa lógica de esa prueba, después de veinte siglos en los que la Iglesia vive de la Vida que Jesús sacrificó por ella en la Cruz, recobró en la re- surrección, dejó escondida en la Eucaristía y desde ella comunica a los suyos, se manifiesta en la santidad de los que de ella viven y está asegurada contra toda fal- sificación por el ministerio jerárquico de los pastores subalternos que administran la doctrina y los sacramen- tos? Ahí está la Obra de Jesús, el éxito de su oración y de su sacrificio, la unidad del mundo espiritual de la redención. Un solo redil y un solo Pastor, sin distinción de judíos y gentiles, ni de razas, ni de pueblos. Noso- tros lo vemos; admiramos su belleza y somos miembros de ese cuerpo místico trabado vitalmente por la misma fe, por la misma esperanza, por la misma gracia. Argumento apologético Tenemos además, en las palabras del Divino Maes-
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