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e e 008 entre los suyos, la Iglesia nuestra Madre, en la liturgia sagrada, nos recuerda los pasajes del Evangelio que reafirma la Divinidad del Maestro, por ser anuncio de acontecimientos cumplidos al pie de la letra en su Diyj. na Persona y en la misma Iglesia. En domingos anteriores hemos visto la bondad con que el Salvador anunció repetidas veces a sus discipi- los las humillaciones de los días de Pasión para que, al presenciarlas, no decayera la fe de los suyos cuya pu- silanimidad conocía muy bien. Somos testigos de la espantosa impresión de desa- liento que se apoderó de todos, a pesar de las predica- ciones del Maestro; cómo podían apenas reponerse de ella viéndole y palpándole vivo y glorioso. ¿Qué sería cuando lo viesen subirse a la mansión de su Padre y de- jarlos huérfanos en medio de lobos carniceros que desfo- garían en los indefensos discípulos el furor despecha- do por el triunfo del Maestro? Por ésto vemos que en los días que precedieron a la Ascensión, Jesús repitió muchas veces la promesa de enviar el Espíritu Santo que consolaría y alentaría el valor de los creyentes en las luchas por su fe y en la propagación del Evangelio. Lo propio hace la Iglesia, recordándonos en estos do- mingos palabras divinas cumplidas en ella, después de habernos hecho asistir a los misterios de la Muerte y Resurrección del Divino Fundador, para que así nos ani- memos a sacar las consecuencias de nuestra fe durante los días de nuestra peregrinación sobre la tierra que lo ocultan a nuestros ojos de carne, dándonos, a veces, la impresión del abandono y del fracaso de cuanto había- mos creído y esperado.

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