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rn RE Ñ PERA món RENO am per — 218— tros, a nuestros compañeros y vecinos. El duro de cabeza que rechaza el testimonio de los que para él son autori- dad suficiente, es un miserable, y jamás aprenderá nada ni sabrá nada. ¿Cómo, pues, no ha de ser gravemente ofensivo a Dios Nuestro Señor, que El nos hable por medio de tantos y tan irrecusables testigos y que haya duros de cabeza que no le crean, si no ven y palpan con las manos lo que les di- ce? Si preguntais a uno de ésos de dura mollera, qué fi- gura tiene la luna, os responderá muy serio que es como una tajada de melón; ésto si la ve en alguna de sus fases crecientes o menguantes y si la mira en noche de pleni- lunio, dirá que es tan grande como un queso de bola. De- cidle que no, que se equivoca, que según las experiencias de los sabios es muchísimo mayor, que hay en ella gran- des barrancos y volcanes apagados y, el muy necio se reirá de vosotros; pero cualquiera de vosotros se aparta- ría de ese tal por creerlo loco: ¿no es verdad?... Lo mismo debemos hacer con los incrédulos, a pesar de las pruebas de nuestra Fe católica; dejarlos, no participar de su nece- dad, sino atenernos a lo que enseña quien sabe más que nosotros y tiene la misión de decírnoslo. Mucho cuidado por tanto con esas cabezas de roca que tienen el prurito de romper todo aquello con que topan, quedándose ellas tan enteritas; son más duras que las piedras; se glorían de chocar con su padre y con su madre y con el maestro y con los mayores, y... de no ceder, de no atenerse a lo que les dicen. Contra ellos ya la reprensión de Jesús y las funestas consecuencias de su dureza propia.
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