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— 213— las pruebas con la lealtad con que las pidió Tomás, aun siendo exigente en demasía, la prueba llega siempre; la gracia no se niega a quien la busca y la ansia; por eso Jesús acude a su desconfiado discípulo, le da la eviden- cia y le enseña el procedimiento sencillo que tendrán después de él cuantos le amen: creerán sin palpar, ni ver: pero creen con testimonios irrecusables que pene- tran sus inteligencias prevenidas por un amor sincero. ¡Qué difícil es creer lo que no se está dispuesto a amar ni a seguir!!. Busquemos entre las convicciones que regulan nuestra vida moral y espiritual, y aun nuestra vida íntima social, una que obre sobre nosotros en virtud de una evidencia material, matemática, totalmente sepa- rada de nuestro corazón, de nuestra vida afectiva, y no la hallaremos. ¿En qué vendría a parar el amor de los pa- dres y el de los hijos; la confianza mutua de los amigos; la fidelidad de los esposos, la seguridad social para la convivencia mutua, si antes de otorgar nuestro amor, nuestra confianza, nuestra fe y dar seguridades de nues- tra lealtad, exigiéramos comprobación palpable, tangible de la que suponemos y esperamos de nuestros semejan- tes? ¿No vivimos todos en la mutua confianza asegurada por un amor que, al ser de nosotros sincero, nos inclina a creerlo en lo demás? Y ¿haríamos una excepción odio- sa en nuestras relaciones con Dios, de quien anticipada- mente sabemos que no puede engañarse ni engañarnos; una excepción para con Jesucristo que dió pruebas de amor por nadie igualado?.. El tiempo en asuntos de fe y de credibilidad en el Evangelio y de confianza en la Obra de Jesucristo, no hace sino valorizar nuestra seguridad y afianzar nuestra

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