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— 211— tanto más postrado ante la evidencia, cuanto que Jesús se había anticipado a la petición que él preparaba, de- mostrándole que conocía sus pensamientos ocultos, que era su Dios. Como tal invítale a palpar las llagas de sus manos; como Dios le reprende dulcemente mien- tras deja sentir el reproche por su obstinada resistencia en creer el testimonio de sus compañeros; y, finalmen- te, pronuncia aquellas palabras que son la justificación de nuestra propia fe y una adorable bendición para to- dos nosotrósi «Porque me viste Tomás has cre:do: bie- naventurados los que no vieron y creyeron». Argumento apologético Detengámonos ante estas palabras que encierran lecciones provechosisimas. Cuando leemos el Evangelio del triunfo de Jesús sobre la muerte, notamos desde luego la sobriedad con que los sagrados historiadores relatan los hechos sin de- tenerse en ponderaciones de admiración, que parece ha- bían de brotar espontáneamente de su inspirada pluma. El hecho estupendo de la Resurreción aparece como es, con todo el peso de su augusta realidad, que se impone por sí misma. Jesús mismo no prodiga las manifestacio- nes de su reconquistada vida; no pretende deslumbrar a su amigos, ni enrostrar a sus enemigos con aparicio- nes ruidosas; conténtase con apariciones individuales en la intimidad de los que le aman; dejará la magnífica eclosión pública de su Iglesia para el día de Pentecos- tés, bajo la acción poderosa del Espíritu Santo. ¿Porqué

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