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— 7 — dia, dónde estaban?... Al estruendo que se produjo cuan- do los ángeles bajaron del cielo para abrir la puerta a su Señor triunfante de la muerte, los soldados cayeron de espaldas despavoridos. Cuando volvieron en si, comenza- ron a correr por las laderas del Calvario y no pararon hasta la casa del Príncipe de los sacerdotes, que los había puesto de guardia y le contaron lo sucedido. ¡Qué rabia y desencanto cruel tuvo aquel malvado, viendo que los mis- mos guardias que él puso, eran los testigos irrecusables de la Resurrección de Jesús. Pero, repuesto un poco, dió abundante dinero a los soldados para que contaran por todas partes que, estando ellos dormidos, los discípulos habían venido y robado el cuerpo del Maestro. ¡¡Vaya unos testigos!! exclama S.JAgustin; dormidos, y dormidos han visto lo que cuentan!! ¿Véis qué patrañas tuvieron que inventar para oscurecer el triunfo de Jesucristo?.. Pe- ro nadie de corazón recto le dió crédito; al contrario, des- de aquel día se reanimaron los medrosos discípulos que lo vieron glorioso, unos después de otros, hasta la última y solemnísima aparición final, cuando se fué al cielo en cuerpo y alma, ante los ojos de más de 500 discípulos. Vivo y triunfante lo han confesado millones y millones de mártires, de vírgenes, de confesores, de sabios, de niños, de mujeres, en toda la redondez de la tierra; y vivo y glo- rioso lo confesamos también nosotros, triunfador de la muerte y del sepulcro. Alegrémonos, por tanto, y cante- mos alabanzas hoy, como la Iglesia canta en el cielo y en la tierra.
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