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E pultado el Maestro, podían dormir tranquilos; pero no, no pueden descansar, lo tienen otra vez vivo por un mila- gro estupendo e innegable. ¿Cómo sucedió esto?... Consumado el crimen del Gó]- gota, los escribas y fariseos recabaron de Pilatos permi- so para custodiar el sepulcro del Redentor. Sellaron con el sello del Sanedrín la enorme piedra que cerraba la en- trada a la sepultura y pusieron un pelotón de guardia ro- mana junto al sepulcro; así se aseguraban de cualquier sorpresa; pero no sabían los desgraciados que ellos mis- mos preparaban la irrecusable prueba del prodigio anun- ciado y temido. Ya habían pasado casi cuarenta y ocho horas; los discípulos del Señor espantados de lo pue ha- bían visto v oído, estaban encogidos de miedo: no se atre- ta vían a sacar la cara ni a dejarse ver; se creían fracasa- 13 A dos en sus esperanzas, después del aparente fracaso de e 1 070 su Maestro; los enemigos aparecían triunfantes. Pero el i domingo, muy temprano, María Magdalena con dos pia- 14: ed dosas mujeres, animosas y valientes, bien provistas de Ml «50 aromas y perfumes, se dirigieron al sepulcro de Jesús, para f rendirle el homenaje último de su cariño, ungiéndole de nuevo. Ellas no pensaban sino en la dificultad de remo- 100 ver la enorme piedra que cerraba la sepultura; no les E ocurría que Jesús hubiera resucitado. Llegan pues, al Cal- $ vario; ya rayaba el alba; se acercan emocionadas al se- AE] pulcro, y antes de llegar a él, ven que la piedra grande es- tá vuelta a un lado; adelantan unos cuantos pasos más, y observan que el sepulcro está vacío y que, a la puerta de él, hay un ser misterioso, radiante de hermosura, que pa- rece hacía guardia ante el palacio de su Señor. Su emo- ción llega al colmo, cuando el Angel de Dios les habla y les dice: «Ya sé que buscáis a Jesús de Nazaret; no está aquí, ha resucitado, conforme os lo había predicho». Bien; y los soldados romanos que hacían de guar- a

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