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di ce NI 0 A A sm er — 200— dita alma ejercitaba ya funciones soberanas de Reden- tor y Remunerador con las almas de los justos que des- de Adán esperaban en el Limbo el amanecer de este día esplendente, para entrar en el Paraiso, y llegó el momento, -sólo de Dios sabido, de la Resurrección glo- riosa de Jesucristo, hecho culminante del Cristianismo, garantía firmísima de la verdad de los Evangelios y ra- zón suprema de la esperanza, que todos tenemos en nuestra propia resurrección. Persuadidas las santas mujeres de que el cuerpo del Maestro estaba encerrado en el sepulcro, salen para el Calvario,al romper el alba del domingo, provistas de preciosos aromas ¿para ungirlo. Tan ajenas estaban al prodigio que solamente les preocupa el peso de la gran piedra con que habían visto cerrar la entrada del sepul- cro: ¿cuál sería su estupor, cuando lo encontraron abier- to... y vacío? El alma santísima de Cristo invadió los desgarra- dos miembros yertos; habíalos reanimado y desatado de las mortajas y vendajes del embalsamamiento; la guardia imperial, sobrecogida de espanto, había huido, y, en su lugar, los Angeles del cielo hacían los honores a su Señor glorioso, mientras aquellos, vagando por las la- deras del Calvario, corrían a notificar al Sanedrín lo que sus ojos habían visto. Aquel anuncio agrió los ánimos de los fariseos, satisfechos de las precauciones tomadas, las cuales por un sarcasmo de los acontecimientos, que no estaba en su mano destruir, se convirtieron en pruebas palmarias del milagro y ellos los primeros en saberlas. No eran los amigos, los discípulos, los fervorosos galileos quienes lo testificaban; eran los gentiles, los

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