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310 — llos de recriminación entre el pueblo; ellos, recordan- do el anuncio del Nazareno de que resucitaría al tercero día, creyeron impedirlo, consiguiendo del Presidente la guardia romana, como garantía contra un posible aten- tado de los discípulos para robar el cadáver; no sabían los desgraciados que ellos mismos preparaban a lajprue- ba decisiva, el máximum de garantías de verdad que pu- dieran discurrir los mejores amigos. Para comprobar la verdad de la Resurrección, era mil veces más práctico que el sepulcro fuera custodiado por los enemigos de Jesús, por el odio y no por el amor; de este hubiérase podido sospechar, del odio no. El miedo mismo que ins- piraba el ságrado cuerpo era una revelación; jamás se había montado guardia junto a los despojos de ningún ajusticiado; pero, puesta allí la guardia romana y el se- llo del Gran Consejo sobre la tumba, se creyeron segu- ros contra cualquier golpe de mano los sanedritas y se entregaron confiados a las solemnidades de la Pascua. Argumento apologético No eran los amedrentados discípulos quienes iban a provocar el entusiasmo póstumo por el Maestro; era el mismo Maestro quien hablaría como siempre el len- guaje elocuente de los hechos; vano empeño era apri- sionar la luz, ni oprimir la Vida: la Luz y la Vida inmor- tales brotarán de entre los sudarios sepulcrales. Mien- tras el cuerpo adorable de Jesús era así objeto de miedo para los amigos y de odio para sus adversarios, su ben-

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