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E 043 daba que hacer ni padecer a la Divina Víctima; colgada en el patíbulo, como despojo sangriento de una batalla iba a convertirse de pronto en bandera de victorias pe: ra sí y para cuantos le siguieran; dos de sus discípulos, antes tímidos y ocultos por temor al Sanedrín, José de Arimatea y Nicodemus, preséntanse animosos a Pilatos y le piden el cadáver del ajusticiado para darle honrosa sepultura, y Pilatos, cerciorándose primero por el Cen- turión que presidiera el suplicio, de que Jesús había + ee muerto, accedió fa la demanda. Amparados en ella los pe dos buenos amigos, descuelgan de la Cruz los sagrados y restos, y antes de que el sol del viernes se ocultara en el ocaso, habían ungido los miembros de Jesús con cien libras de preciosos ungiientos, los habían vendado cui- dadosamente, envolviendo la cabeza en un lienzo nuevo y el resto del cuerpo en una rica sábana nueva, y lo de- positaron en el sepulcro nuevo que para sí tenía José de Arimatea; y, cerrado el sepulcro con una gran losa de "piedra, se retiraron. Todo estaba concluido. Pero había pasado la hora [del poder de las tinie- blas, que había sonado en Getsemaní, del cerrado sepul- cro de Cristo saldría la luz y la prueba suprema de su Divinidad, como lo había anunciado; llegada la hora de la Pascua judía, los hebreos se entregaron a los ritos mosáicos, dejando a la muerte reinando en derredor de la tumba, guardada por los legionarios romanos; era la hora de Dios que triunfa del pecado muriendo y ahora triunfaría de la muerte resucitando, 08 No las tenían todas consigo los taimados sanedri- 11 tas; los signos sorprendentes que se habían visto en el q cielo y en la tierra, al morir Jesús, levantaban murmu: io a a cr o Ay lr A Cr iancad cria a O a O A a a ed ri as -gti...
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