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e A Pa des 2 A e ly a o o ad SN e MM Era el día diez del Nisan, fijado por la Ley, para separar el cordero que había de ser inmolado en la Pascua, seis días después; Jesús, sabedor de cuanto se tramaba contra su vida, eligió precisamente ese día simbólico, para separarse de la Ley caduca, señalarse entre las turbas como Cordero Divino y anunciar de he- cho que llegaba la hora en que cesarían las víctimas rj- tuales del Judaismo. Dispuestas las cosas como nos las relata el Evange- lio de hoy, Jesús entró triunfante en Jerusalén; el éxj- to no podía ser más resonante. Los escribas y fariseos lo reconocen con rabiosa envidia, y en su despecho, convienen todos con el Sumo Pontífice Caifás que nada adelantan, que todo el mundo se va tras El. Aún se atrevieron aquellos hipócritas celadores del honor de Jehová a llamar la atención del aclamado Hijo de Da- vid, para que hiciera callar los Hosanas del pueblo; pero Jesús les profetiza solemnemente que, si el pueblo calla, hablarán las piedras; como se verificó a la letra cinco días después ante el menguado triunfo de los fa- riseos y la cobardía de los discípulos, que dejara al Maestro a merced de sus verdugos. Las piedras del Calvario, rompiéndose con estrépito, aclamaron la divi- nidad del que moría por todos. Desentendiéndose pues, Jesús soberanamente de los reparos opuestos, entra en el Templo como Señor de él, inspecciona minuciosa- mente cuanto hay en él, háceles sentir la soberanía de que por derecho propio goza en el lugar santo y se sa- le tranquilamente con los doce, retirándose a Betania a esperar su hora, que no será la elegida por sus ene- migos. Estos habían determinado esperar a que pasara
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