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— 181— la acción reveladora de Dios y su gracia. Las pasiones, lo mismo las de la parte superior que las de la parte inferior de nuestro ser, son fuerzas fatales. El orgullo, la envidia, la concupiscencia, la ira, la lujuria y las de- más, son productos de lo que en nosotros hay de bes- tia y de angel caido. Las desordenadas pasiones pue- den precipitarnos en las bajezas de los animales y en las rebeldías de los demonios; su potencialidad para el mal crece en razón inversa de la claridad de nuestra inteligencia y de la energía de nuestra voluntad; repre- sentan lo instintivo, lo ciego, y si no están uncidas constantemente al carro de nuestra alma para que au- menten su propulsión hacia arriba, ellas, de sí, tiran hacia abajo y nos impiden ser cristianos y aun hombres. Vosotros y yo hemos encontrado en el camino de nues- tra vida seres humanos de tal manera embruteci- dos, de tal manera encanallados, que parecen haber perdido todo sentido de verdad y de bien; son jóvenes caídos en lodazales de lujuria, a quienes nada dicen las palabras de Dios, ni las lágrimas de su madre, ni la ruina de su salud, ni el deshonor de su apellido; son varones que se dicen fuertes, dominados por el juego, por la embriaguez, que lo sacrifican todo hasta sus pro- pios hijos al vicio que los aprisiona; no ven, no entien- den lo que ven y observan cuantos les rodean; serán quizá orgullosos, incrédulos a quienes los razonamien- tos más concertados y la más intensa luz ofenden por su misma evidencia; padecen de la vista del alma, su- fren con la luz y aman las tinieblas y no quieren saber por no verse en el caso de no rendir su obstinada vo- luntad.
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