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pr, E sotros como esos animales inmundos, que se echan de- bajo de la encina y comen las bellotas que de ella caen, sin levantar los ojos para mirarla: que se meten dentro de los comederos de las pocilgas y engullen el pienso que se les da, gruñendo, pero sin mirar al amo que los man- tiene. Asíson los niños que comen y beben y no se acuer- dan de dar gracias a Dios, se pasan la vida pidiéndole el pan: se quejan si no lo tienen y murmuran contra el Se- ñor: y cuando lo tienen se lo tragan, lo engullen, sin le- vantar siquiera la mirada para ver la mano amorosa que lo provee. Finalmente, hemos de aprender en este famoso mila- gro a fiarnos de Dios, a cumplir con nuestros deberes cristianos, sin cuidarnos excesivamente de la comida. Cuántos no van a Misa el domingo, por trabajar y ganar unos céntimos más; han de comer, se les antoja que se morirán de hambre, si obedecen a Dios, y le desobedecen; primero es su insaciable bolsillo y su goloso estómago, Dios lo último, y casi siempre les falta tiempo aún para rezar unas breves oraciones cada mañana y cada noche. Cuidado, pues, con esta bajeza y con esta incom- prensible ingratitud. Buscad primero el Reino de Dios y su Justicia y todo esto de acá abajo se os dará por aña- didura. Ya veis como se les dió abundante de comer a las multitudes que seguían a Jesús por el desierto. Jesús no se olvida de los que le aman: es muy agradecido, su Co- razón amante adivina nuestras miserias y su poder las re- mediará.
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