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10 an las legítimas esperanzas del pueblo escogido. Jesús huye; no puede aceptar complicidad alguna en aquellas pretensiones pseudo-mesiánicas que comprometen fun- damentalmente la sublimidad de su doctrina. Y porque Jesús huye, y porque no sirve a las ambiciones nacio- nales de los fariseos, y porque no responde al pensa- miento político de los falsos doctores del pueblo, se le desprecia y descalifica públicamente, y se le tiene por traidor a la patria y blastemo a Dios. Cuando llegó a su paroxismo la rabia y el odio de los enemigos de Cris- to, nadie se atrevió a proclamarlo Rey, aún incitados por el juez que lo condena a muerte; es humilde, es po- bre, no promete la tierrra ante todo y sobre todo: no sirve a sus pretensiones. Tal es la inicua actitud en que, aún hoy día, vemos colocarse a muchos cristianos, cuan- do se convencen de que el seguimiento de Cristo no les da pan y gloria y bienes materiales, en abundancia y ante todo. Murmuran de El, quéjanse de la Providencia de Dios y llegan a asentar como cosa probada que hay incompatibidad entre la escuela de Jesucristo y la pros- peridad material de los pueblos; que no se puede ser bueno y feliz en la tierra. Otros, menos atrevidos, pa- ra expresar la misma queja blasfema, afirman con cier- to aire de melancolía que prefieren ser pobres a aposta- tar, pero que saben y pueden ser ricos, sino que les es- torba la fe cristiana para sus lucros y negocios; y llegan a atribuir el fracaso de sus empresas a las cortapisas que su conciencia les impone. Compáranse con los malos y se sienten buenos pero..... desgraciados, resigna- dos sí, a las duras consecuencias de su mucha religión. Y esta actitud blasfema está diciendo el falso concepto

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