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os desaprensivo, déjase engañar por el demonio, cae otra vez y otras en el pecado, y su estado de alma es mil veces peor que antes cuando cometió la primera falta; otros sie- te demonios vienen y habitan allí. No es esta la historia de muchísimos jóvenes que se han perdido y quizá se han condenado para siempre?. Ved lo que sucede cuando caeis enfermos gravemen- te: vuestra madre y todos los de casa se alarman, os ro- dean de cuidados, llaman al médico, traen medicinas y conjuran el peligro de muerte que se cierne como una sombra fatídica sobre vuestra cama. Luego entrais en es- tado de convaleciente, el niño se cuida del aire, del frío, toma alimentos especiales, se priva de salir a la calle, no corre por ahí como los niños sanos y buenos, acuéstase temprano, se levanta tarde. Pero si ese niño convalecien- te se desentiende de los cuidados y precauciones que su madre le prodiga, come lo que le ocurre, se está al aire y al sol, en una palabra, se deja llevar de la tentación y de sus caprichos, recae en su antigua enfermedad, y, como está débil, luego se agrava y se muere. Las recaídas son muy peligrosas. Pues si esto sucede con las enfermeda- des del cuerpo ¿cómo no sucedería con las enfermedades del alma que son los pecados?.. Es por tanto necesario cuidar al alma para que el demonio no tome posesión de ella con legiones de diablos a favor del descuido del hom- bre. Y si ese pobre niño no supo resistir la tentación de un solo enemigo, cómo resistirá las instigaciones de siete o diez o de veinte?.. Si cuando vuestras pasioncillas de orgullo, de codicia, de sensualidad, todavía débiles, co- mienzan a solicitar vuestra alma, para que se desentienda de Dios, no quieren vencerlas por no sufrir una pequeña privación ¿cómo las venceréis cuando crezcan, y se desa- rrollen y se enseñoreen de vuestro cuerpo y estén acos- tumbradas a salir con la suya?..
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